Anticuerpo

Existen varias clases de anticuerpos y la función de cada una, es defender al organismo de un tipo concreto de antígeno. Si llegado el caso, un anticuerpo se equivoca y asume que el tejido sano es una sustancia maligna, entonces se ha desarrollado un trastorno auto-inmunitario.

El anticuerpo que más se conoce, por su cantidad en el cuerpo, se encuentra integrado con unidades sencillas de estructuras, mismas que presentan cuatro cadenas, dos de las cuales son ligeras y las otras dos, con más peso. El responsable de lograr la síntesis de los anticuerpos se denomina linfocito B, los cuales se dividen en cinco categorías, en cuanto los mamíferos.

A pesar de que la estructura universal de todos los anticuerpos se parece, determinada zona de la proteína llamada “región hipervariable” suele ser muy versátil, originando millonadas de anticuerpos.

La extensa gama de estos anticuerpos se origina gracias a la mezcla e interrelación de segmentos de ADN, cuya misión es encriptar varios puntos de ligue con el antígeno, mismo que después atraviesa procesos de mutación aleatorios en esta zona del gen del anticuerpo, incrementando en mayor medida la variedad.

De las especies más famosas de anticuerpos, se encuentran los anti-histicos, que atacan todo antígeno que perciban en los tejidos. También, los bivalentes, con la característica de que pueden asentar dos moléculas de antígeno, que sea equivalentes en virtud de la superficie; los anti nucleares, que presentan una reacción contra los antígenos que se localizan en el área superficial de las células y los núcleos.

Una inmunoglobulina consiste en una proteína que procede similar a un anticuerpo. Prácticamente, se podría afirmar que una inmunoglobulina y un anticuerpo son iguales. Ésta se halla en el torrente sanguíneo, en diferentes líquidos y tejidos. Se origina en las células de plasma, surgidas de las células de B del sistema inmunológico, las cuales se transforman en células de plasma si se activan por causa de que un antígeno determinado se ciegue en la zona superficial del anticuerpo.

Cuando se presenta una deficiencia de anticuerpos, es un claro indicio del quebranto en el proceso de maduración o la labor que ejecutan los linfocitos en la sangre. No se observa reacción alguna en las células o si se produce, lo hace de manera incorrecta ante los patógenos que han invadido el organismo y por lo tanto, el sistema inmune no cuenta con la capacidad de preservar un nivel adecuado de anticuerpos en la sangre.

Las secuelas son muy graves, pues puede adquirirse cualquier infección, lo cual podría llegar a ser fatal. Así, igualmente como consecuencia de este déficit, algunos órganos comienzan a desarrollar trastornos en sus funciones.