Para la mujer, casarse en latín se dice “nubere viro”, que traduce “ponerse un velo para un hombre”. Pero tal palabra no aplicaba para los hombres. Para ellos, se empleaba la expresión “uxorem ducere”, con el significado de “conducir a una esposa”, haciendo referencia en el ritual luego del banquete y la celebración, en el que el marido conduce a su mujer hacia su nuevo hogar, acompañados de un cortejo dirigido por el novio.

Cuando ya estaban próximos a llegar a la vivienda, el novio aceleraba el paso y se posisionaba en el umbral, en el que curiosamente le preguntaba el nombre a su esposa. Ella debía responder, según el rito, “Allá donde tú seas Gayo, yo seré Gaya”, en latín: “Ubi tu Gaius, ego Gaia”. En seguida, él la levantaba en sus brazos y se dirigía a cruzar el umbral, con el objetivo de que por nada del mundo ella se tropiece en la entrada, porque de seguro era un mal presagio.

Una expresión muy usada en este contexto, es el cortejo nupcial, mismo que consiste en un grupo de personas que se disponen a acompañar y rodear a los novios, cuando marchan hacia el altar. Casi siempre lo integran los familiares, padres, hermanos y pajecitos. No existen protocolos perfectamente definidos, sino que varían de región en región.

Se suele usar la Marcha nupcial de Mendelssohn, pieza que figura en el ballet “El Sueño de una noche de verano”. Casi siempre, se interpreta con un órgano y a su compás, marchan los novios hacia el altar. En las naciones anglosajonas, lo acostumbran a tocar al finalizar la ceremonia.