Etimología

El término se originó de una minimización de la palabra ‘hematoglobulina’, que oficialmente se había acuñado en el idioma alemán (Hämatoglobulin) en el año 1842, pero 20 años más tarde se propuso reemplazarlo por ‘Hämaglobulin’, que en esencia se constituye del vocablo griego ‘αἵμᾰτος’ (haîmatos), que traduce al español ‘sangre’. Junto con la palabra ‘globina’, estructurada por la partícula latina ‘glob’ (masa compacta) y el sufijo ‘ina’, el cual se emplea para denominar sustancias en química.

Molecularmente hablando, su estructura se halla integrada por un pigmento especial cargado de hierro y globina, una proteína relevante. El hierro que compone a este pigmento actúa absorbiendo el oxígeno, proceso que resulta ligando el O2 con la hemoglobina y se produce la hemoglobina oxigenada, pero también ocurre el fenómeno a la inversa, el cual se conoce como hemoglobina reducida.

Todas las proteínas de hemoglobina tienen la capacidad de transportar cuatro moléculas de oxígeno, que serán esparcidas por todo el organismo por la acción directa de los glóbulos rojos. Son cerca de 1.000 millones de glóbulos rojos y cada uno requiere una dosis de oxígeno, con el fin de realizar una reparación integral y poder mantenerse.

La hemoglobina es muy importante para ayudar a que los glóbulos rojos se moldeen en forma circular, factor que les brinda una agilidad mucho mayor para trasladarse sin problemas por medio de los vasos sanguíneos.

Cuando la hemoglobina se encuentra en un nivel muy bajo, es una señal de que se ha desarrollado anemia. Existen distintos tipos de esta enfermedad, pero la más conocida es la causada por escasez de hierro en el cuerpo, por lo que no se produce la suficiente hemoglobina adecuada. en rasgos generales la anemia se genera por una indebida absorción de hierro o por una pérdida sustancial de sangre.